El contraste que estoy perfilando entre homo sapiens y,
llamémoslo así, homo insipiens no presupone idealización
alguna del pasado. El homo insipiens (necio y, simétricamente,
ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la
llegada de los instrumentos de comunicación de masas los "grandes
números" estaban dispersos, y por ello mismo eran muy irrelevantes. Por el
contrario, las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que los
"dispersos" se encuentran y se pueden "reunir", y de este
modo hacer masa y adquirir fuerza.
Así pues, aunque los pobres de mente y de espíritu han existido siempre, la diferencia es que en el pasado no contaban —estaban neutralizados por su propia dispersión— mientras que hoy se encuentran, y reuniéndose, se multiplican y se potencian.
Una vez dicho esto, la tesis de fondo del libro es que un hombre que pierde la capacidad de abstracción es eo ipso incapaz de racionalidad y es, por tanto, un animal simbólico que ya no tiene capacidad para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el homo sapiens.
Hoy más que nunca, la gente tiene problemas, pero no posee la solución a esos problemas. Hasta ahora se consideraba que en política la solución de los problemas de la gente hay que reclamársela a los políticos (al igual que en medicina hay que pedírsela a los médicos, y en derecho a los abogados). No obstante, el gobierno de los sondeos, los referendos y la demagogia del directismo atribuyen los problemas a los políticos y la solución a la gente. Y en todo ello, la televisión "agranda" los problemas (creando incluso problemas que en realidad no existen, problemas superfluos) y prácticamente anula el pensamiento que los debería resolver.
El ataque a la racionalidad es tan antiguo como la racionalidad misma. Pero siempre ha representado una contrarréplica —desde Aristóteles hasta nosotros. La fórmula de Tertuliano era: credo quia absurdum. Y le respondía y le superaba la Summa Theologica de Santo Tomás, que destila lucidez lógica. A su modo y de forma diferente, Pascal con sus raisons du coeur, Rousseau reivindicando un "hombre natural" incorruptible y centrado en el sentimiento, y Nietzsche con una extraordinaria y alucinada exaltación de los "valores vitales" han rebatido el cogito cartesiano. Pero ellos eran grandes literatos y en sus ataques al cogito, formidables pensadores. En definitiva, no eran hombres bestia.
Sin embargo, sí lo son los exaltadores de la "comunicación perenne". Lo que ellos proponen no es un verdadero antipensamiento, un ataque demostrado o demostrable al pensamiento lógico-racional; sino, simplemente, una pérdida de pensamiento, una caída banal en la incapacidad de articular ideas claras y diferentes.
Entonces, el punto no es tanto que encontremos un nutrido número de autores famosos que ataquen la racionalidad… Actualmente, proliferan las mentes débiles, que proliferan justamente porque se tropiezan con un público que nunca ha sido adiestrado para pensar. Y la culpa de la televisión en este círculo vicioso es que favorece —en el pensamiento confuso— a los estrambóticos, a los excitados, a los exagerados y a los charlatanes. La televisión premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la insensatez. De este modo refuerza y multiplica al homo insipiens.
La ignorancia casi se ha convertido en una virtud, como si se restableciera a un ser primigenio incontaminado e incorrupto; y con el mismo criterio, la incongruencia y el apocamiento mental se interpretan como una "sensibilidad superior", como un esprit de finesse, que nos libera de de la mezquindad del esprit de géométrie, de la aridez de la racionalidad.
Y aunque numerosas civilizaciones han desaparecido sin dejar huella, el hombre occidental ha superado la caída, verdaderamente "baja", de la baja Edad Media. La superó y volvió a resurgir, en virtud de su unicum que es su infraestructura o armadura lógico-racional. Pero aunque no desespero, tampoco quiero ocultar que el regreso de la incapacidad de pensar (el postpensamiento) al pensamiento es todo cuesta arriba. Y este regreso no tendrá lugar si no sabemos defender a ultranza la lectura, el libro y, en una palabra, la cultura escrita.
Decía que para encontrar soluciones hay que empezar siempre por la toma de conciencia… Y debemos reaccionar con la escuela y en la escuela. La costumbre consiste en llenar las aulas de televisores y ordenadores. Y deberíamos, en cambio, vetarlos (usándolos sólo para el adiestramiento técnico, como se haría con un curso de mecanografía). En la escuela los pobres niños se tienen que "divertir". Pero de este modo no se les enseña ni siquiera a escribir y la lectura se va quedando cada vez más al margen. Y así, la escuela consolida al vídeo-niño en lugar de darle una alternativa.
Comentarios
Publicar un comentario